martes, 29 de julio de 2014


El Centro D. de Uribe,  por ser agrupación política de derecha  -y acentúo lo de la preposición “de” para connotar una relación de propiedad, de dependencia respecto a la persona-,  no por ser  de vocación diestra, ha de merecer el estigma de la gente de otros partidos y del gobierno.  Cabida en el ordenamiento de nuestra deficitaria democracia merece, si fuera de ese flanco o de la izquierda. O de centro, que no lo es. Lo grave es que su práctica se asocie con lo siniestro. He aquí el asunto.

Sin embargo dejemos esto para más luego.  Por lo pronto aventuremos despejar el interrogante del título. Lo de oposición al gobierno Santos, al régimen, al sistema político (Estado) que nos rige.

Empecemos por decir que Uribe, por sus antecedentes en la práctica política: militó en el partido Liberal; fue socio en la fundación del partido de la U,  ocupó los cargos de alcalde y gobernador de Antioquia, y fue parlamentario por varias legislaturas antes de alzarse con la “silla” presidencial por dos ocasiones seguidas (estrenando la figura de la re-elección, de su propia iniciativa mientras ejercía su primer período presidencial). Por los datos que encierra este periplo, y por el contenidos de sus actos y obra en sus diferentes roles, sin incluir sus oscuros pasajes que contempla una proclividad por la ilegalidad; y por su relación de propiedad con la tierra y otras inversiones económicas, Uribe es hijo pródigo de éste sistema, del Estado. Y sobre esas mismas estructuras ha realizado “mejoras” y “adecuaciones”, dejando visible su impronta. Por tan simple muestrario, Uribe y sus correligionarios en el Centro D., no tiene cómo ser fuerza política de oposición a este modelo de sistema económico-social y político, al que ha contribuido a forjar -y de qué manera-. Otra cosa bien diferente, es que con respecto al presidente Juan Manuel Santos, y su gobierno (I), y el que vine (II), Uribe guarde ojerizas por el sacudimiento que Santos hizo de su marca política y de su pretensiones de reducirlo a apéndice de su proyecto, mas aunque existan diferencias entre ellos, éstas no son de una intensidad y grosor, tales (políticas) que den para otorgarle al uribismo la categoría  de fuerza opositora al gobierno en el congreso recién instalado, especialmente si se reconoce los signos – y + de las fuerzas en el espectro político del actual parlamento que inicia nueva legislatura.

El Centro D. de Uribe carece de la sustancia y forma para asumir la misión opositora y desplazar de ésta a las facciones políticas que en Colombia conforman la izquierda, que sí las asiste razones de toda índole para tal rol. Que éstas sean una minoría bastante reducida, en sí mismo no le resta peso y significado a su labor.

Lo que sí están dejando leer los primeros acontecimientos en el legislativo y, evidencian las iniciativas de origen uribista, es que más allá de la ojeriza contra Santos (que de Santo, nada!),  más allá del carácter pendenciero del jefe,  el único y poderoso  argumento para arrogarse la prerrogativa de fungir  como fuerza opositora, reside en la clara y manifiesta intención de legitimar la impunidad, utilizando incluso los atajos, en lo que son profesionales compulsivos, poniendo a salvo de la justicia un grueso número de militares incursos en delitos atroces contra los derechos humanos y, por la misma senda tirar salvavidas a sus agentes civiles (copartidarios) enredados de pies a cabezas con los letra del código penal. Mientras, él y sus obsecuentes se desgañitan contra el proceso de negociación política para alcanzar la paz con la guerrilla, aduciendo que éste tiene un alto costo: “Impunidad para los graves delitos cometidos por la dirigencia subversiva.  Pero a propósito,  se le olvida al hoy ex-presidente que en su gobierno la llamada “ley de justicia y paz” con la que selló la “negociación con los paramilitares” fue sobradamente laxa no obstante los delitos de lesa humanidad cometidos.

He ahí el fundamento que soporta su pretensión de erigirse en oposición al gobierno! Ah, bueno y su endémica proclividad por la ilegalidad.  Cuando Uribe habla de justicia e impunidad, lo hace blandiendo la ley del embudo.

Por otro lado no van a ser pocos los momentos durante las sesiones de este legislativo en que el Centro D. de Uribe y sectores de los partidos liberal, Conservador, PIN y de la U. en convergencia,  van a confirmar razones de fondo que harán imposible que aquella agrupación cumpla o ejerza su publicitada agenda  opositora. 

Ramiro del Cristo Medina Pérez


Santiago de Tolú, julio 28 - 2014

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